Había una vez, en una pequeña aldea, muchos habitantes con diferentes habilidades. Había un panadero que hacía el pan más delicioso, un granjero que cultivaba las verduras más frescas, y un tejedor que creaba las telas más suaves.
Un día, el panadero se dio cuenta de que tenía mucho pan, pero necesitaba verduras. Así que fue a ver al granjero y le dijo: “¿Te gustaría intercambiar algunos de mis panes por tus verduras?” El granjero, que también necesitaba pan, aceptó felizmente.
Pronto, otros aldeanos comenzaron a hacer lo mismo. El tejedor intercambiaba sus telas por herramientas del herrero, y el pescador cambiaba sus peces por frutas del frutero. Todos en la aldea comenzaron a reunirse en la plaza central para intercambiar sus productos.
Este lugar donde todos se encontraban para intercambiar cosas se llamó “mercado”. En el mercado, cada uno podía encontrar lo que necesitaba y ofrecer lo que tenía en abundancia. Así, todos en la aldea vivían felices y satisfechos, compartiendo y ayudándose unos a otros.
Y así, queridos niños, es como nacieron los mercados, lugares donde las personas pueden intercambiar cosas y ayudarse mutuamente.
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